Thursday, March 31, 2011

Marzo de fiesta

Tengo que reconocer que marzo es mi mes favorito del año. En marzo cumplo años. En marzo nació mi adorada hermana. 17 marzos atrás, el Chino y yo nos hicimos novios en una cacería de libros usados por insólitos recovecos de Caracas. Unos cuantos marzos más adelante, empezamos nuestra vida de casados.
En marzo inicia la primavera. Las estaciones en la Florida son muy leves, así que no  disfrutamos de ese despertar tímido y delicado de la naturaleza empezando a desperezarse en pequeños brotes de color. Por el contrario, durante este mes a los habitantes de la Florida se nos inundan los ojos de color. Del amarillo intenso de las flores en los árboles. Del cristalino azul de ese mar aún gélido al que ya no nos podemos resistir. Del naranja iridiscente de los atardeceres arrebatados.
Por eso, cuando Jackie (quien por cierto, también cumple años en marzo) propuso que este mes fotografiáramos globos, una sonrisa se dibujó en mi cara. Nada más apropiado para este mes de celebración.
Aquí les dejo mis fotos de este mes. Van “coleadas” (ay, Dios mío, quién sabe qué significado tendrá esa palabra en otros países) en el mosaico unas fotos de nuestra primera ida a la playa este año. Un día memorable, anhelado y espectacular que compartimos con al menos un millón de personas más, pero valió la pena!
Como siempre, no dejen de pasearse por el mural del grupo, pero con cuidadito, no vayan a explotar algún globo… Y si visitan el blog de Jackie, tendrán acceso a la cadena fotográfica más colorida y festiva que hayan visto jamás. 
(Haciendo clic en los títulos que aparecen debajo, pueden ver las fotos completas).

Sunday, March 20, 2011

Palabra de girl scout



La verdad nunca fui girl scout. La tradición de las niñas exploradoras, de chalequito marrón sobrepoblado de insignias y las galletas de puerta en puerta, era algo muy lejano, que en mi espectro infantil, solo pertenecía al cine o a la televisión. Hasta el año pasado.
Iba al banco con S., y en la entrada, una extrovertida niña de unos 5 o 6 años con su uniforme de scout nos ofreció las consabidas galletas (que por cierto, son riquísimas y toda una tradición en la cultura norteamericana). Me puse a hablar con la madre de la criaturita, que supervisaba, sentada detrás de una mesa improvisada, las transacciones comerciales de su recién estrenada vendedora. Y, como una aparición, vi en mi mente a S. allí. Nunca se nos había ocurrido, pero la verdad era que lo "scout" iba perfectamente con el espíritu ambientalista, la personalidad sociable y el amor por los animales de nuestra hija.
Un año después, era yo la mamá que, sentada detrás de la mesa improvisada, supervisaba las transacciones comerciales de su pequeña exploradora. Pero era una mamá diferente a aquélla del banco, y mucho de ello se lo debía a las girl scouts.
Ser "scout" no tiene sólo que ver con vender galletas, aprender a hacer nudos o poner en práctica técnicas de campamento. Parece que ser scout es más bien un estilo de vida. Un estilo donde la solidaridad, el trabajo en equipo y el respeto por la naturaleza dictan la norma. Pero también un estilo de vida que refuerza la seguridad en sí mismas y la independencia de las niñas. Eso es a mí a quien más le ha costado aprenderlo. Les cuento.

El mes pasado empezó la temporada de camping. Como éramos varias las "mamás primerizas" en estas lides, la líder de la tropa nos permitió asistir a esa primera experiencia. Para mí, fue como la ceremonia –enorgullecedora y dolorosa por partes iguales– de graduación de "mamá scout". Pero esa advertencia no viene escrita en ninguna parte.
Llegamos al Camp N. en una inusualmente fría mañana de sábado. Allí nos encontramos con el resto de la tropa, que había llegado la noche anterior. Sin anestesia, apenas me bajé del carro recibí mi primera y más importante instrucción del fin de semana: estaba ahí en calidad de observadora, así que no podía hacer NADA por mi hija. Eso, mientras veía a S. cargar con maleta, saco de dormir, almohada, y bolsitas varias por un descampado en medio del bosque, me cayó como un primer balde de agua fría. Respiré hondo y en vez de salir corriendo a ayudarla, caminé hacia otra dirección y decidí afrontar estoica el aprendizaje que se me avecinaba.
Pese al frío de ese fin de semana, las actividades al aire libre no se hicieron esperar. Largos recorridos por pequeños senderos a través del bosque pantanoso, nos sirvieron para asegurarnos a las mamás que no existían mayores peligros. También nos sirvieron para practicar el laissez faire, desenchufando nuestros oídos de cualquier queja por hambre, sed, frío, calor, ganas de ir al baño, dolor de piernas o afines que hubieran podido surgir (y, adivinen qué, ¡NO SURGIERON!). 
Por otro lado, la oportunidad de colaborar con la elaboración de la comida nos demostró que, contra todo pronóstico y a pesar de lo rural de las condiciones, era bastante decente (hasta con visos de balanceada, debo decir).
Pero la prueba de fuego vino en la noche. Ya se imaginarán que, aun a pesar de los deseos y temores de nuestro grupito de "mamás mironas", las niñas durmieron en una cabaña diferente a la de las mamás. Solas. En el medio de un bosque. ¿Dije solas?
Déjenme aclarar el panorama geográfico en este punto. El campamento está construido en forma de semicírculo. Seis cabañas-dormitorio forman una media luna, y la curva se cierra por una gran cabaña social donde se guarda la comida y se come o se juega en caso de lluvia. En el centro del semicírculo está la cabaña con los baños. Y alrededor, bosque (al estilo floridano, no de pinos, sino más bien "pantanoso tropical").
Para qué se los voy a negar. Yo estaba aterrada. Un millón de ideas absurdas me cruzaban por la mente, peligros insólitos que iban desde animales salvajes, gigantes insectos prehistóricos, secuestros, enfermedades de cualquier índole y qué sé yo qué más.
Entrada la madrugada, unas vocecitas cruzando el escampado quebraron mi sueño, o mejor dicho, ese duermevela de cristal de quien hace guardia. Sin pensarlo, me paré de un salto de mi cama (catre, más bien) y me calcé los zapatos tan pronto como pude. Lista para salir al rescate, una voz tajante desde el lugar de la líder de tropa me detuvo en seco: "Vanessa: They are safe here. If they need something, they'll call. Let her go".
Regañada, volví a mi catre, temblando de frío y de miedo por igual. Las vocecitas se convirtieron en risitas ahogadas. Y siguieron otras. Y otras más. Desde mi posición de castigo, las escuchaba enrollada en mi sleeping bag, el miedo cediendo al alivio, y el alivio logrando arrullarme el sueño.
A la mañana siguiente, los cuentos no se hicieron esperar . Historias de fantasmas, juegos y canciones a la luz de la luna, y ese sentido de libertad que se respira en ambientes rurales. Cuánto había crecido en una sola noche.

Seguí practicando el let her go consciente y apropiado para la prueba final. Dos semanas más tarde vino el camping “sin mamás”. La vi irse en el carro de la líder de tropa, tan grande, tan segura, tan expectante, tan feliz, mientras yo me repetía una y mil veces “todo va a estar bien”.
Confiar y soltar, me dijo una amiga. Let her go, seguía resonando en mi mente. El domingo, regresó feliz,   con un torrente de historias a enseñarnos sus proyectos, sus pequeñas heridas de guerra, a hablarnos de sus nuevas amigas, de las pequeñas riñas internas, a cantarnos sus canciones, a darnos opiniones. Confesó habernos extrañado, pero no lo suficiente para pasarlo mal. “Would you go again?”, pregunté. “Sure, mom! I can´t wait to go back!”. Sonreí. Habiamos superado todas la pruebas de iniciación. Ya éramos scouts. Ambas.

Sunday, March 6, 2011

Mírame con ojos miopes

Hace unos meses tuve que volver a usar lentes. El astigmatismo que me habia molestado en la universidad y del que luego me había curado, volvió a mí repotenciado y acompañado de miopía. Cuando me entregaron los lentes y los puse por primera vez frente a mis ojos, fue como quien limpia el parabrisas del carro sucio que ha manejado después de años. Libre de bruma, el mundo es otro, y toca redescubrirlo.

Fue por eso que no me sentí especialmente motivada con el tema de febrero en "La Vuelta al Mundo" (en el que, dicho sea de paso, este mes cumplo todo un año de participar). Jackie nos propuso experimentar con "blur" o desenfoques, y, debo admitirlo, mi reacción inicial fue preguntarme "¿y eso como para qué???".

Traté de tomar el tema como ejercicio, no sólo fotográfico, sino personal. Aunque no tuve mucha oportunidad para participar (ya habrán visto lo perdida que estaba del blog por estos días), las fotos que tomé me sirvieron para empezar a experimentar con el ajuste de enfoque manual de mi cámara, al que, por cierto, le había tenido hasta ahora un poco de miedo. Razón suficiente para estar eternamente agradecida a esos desenfoques a cuya idea en principio había visto con tan mala cara.

También aprendí que el desenfoque deliberado no sólo es posible, sino que puede conllevar hermosos resultados. Los objetos se suavizan, la fotografía toma un aire impresionista, mucho más íntimo. Quiero tiempo para seguir experimentándolo. Mientras tanto, les dejo las dos fotos con las que participé, pero, y sobretodo, los invito a visitar el mural del grupo, y darse un gustazo con las fotos de los artistas que este mes le han dada la vuelta al mundo con ojos miopes.