
Vivimos en la era de la exposición y de la comunicación tecnológica. Hablamos al mundo a través de los objetos, y lo que no expresa el objeto, tampoco lo calla el sujeto. La ropa que viste, habla del sujeto (tanto como la que decide no vestir). El cuerpo que habita, mantiene y luce, habla del sujeto. El carro que maneja, habla del sujeto. El celular que usa, habla del sujeto. La casa donde vive, habla del sujeto. Bien afirma Axel Capriles en entrevista con Iván Losher, que en la era capitalista "los objetos se convierten en moneda de intercambio psicológico, (...) adquieren valor simbólico"; así, a la postre, "lo que el individuo va adquirir a través del objeto de consumo, no es un objeto específico, sino un intercambio con la otra persona". El objeto dejó de ser un recurso de apoyo al proceso comunicacional y pasó a ser parte del contenido del mensaje, cuando no, el mensaje mismo. El individuo escoge al objeto y el objeto comunica un mensaje sobre el individuo. Y así, el objeto construye la imagen que el sujeto quiere (¿necesita?) vender: "Dime cómo luces y te diré quién eres".
No contento con esta construcción de la imagen a través de los objetos, el individuo tecnológico de la modernidad selecciona y masifica la información que desea exponer para completarse como ser social. Habla de sí mismo a multitudes voyeristas en blogs como éste, o en Myspace, o en Twitter, o en Facebook, o en Youtube. La fría pantalla que para muchos de sus detractores iniciales representaba un instrumento de distanciamiento, ha otorgado un espacio de aparente seguridad y confianza que ha permitido la desinhibición. Y así, sobreexpuestos y divulgados a conciencia, la intimidad, el estado de ánimo, la relación de pareja, la cotidianidad, los conflictos familiares, los objetivos de vida, las alegrías y los pesares, se volvieron multitudinarios, democráticos y universales, y se pusieron de acuerdo para, nuevamente, hablar del sujeto. Individuo público, entregado a sus cinco minutos de fama, a la novela de la que él es protagonista, a la función de la que no tiene que despedirse.
Sujetos modernos que somos, necesitamos expresarnos. Tenemos un afán, más que por encontrarnos o por construirnos, por exponernos, publicitarnos, vendernos (¿vender qué?, ¿a quién?, ¿por qué?). Hablar de lo que somos, queremos, pretendemos o simulamos ser, por medio de la ropa que vestimos. De los lugares que frecuentamos. De los carros que conducimos. De los mensajes que, de nosotros mismos, comunicamos a los demás. Decirnos para construirnos, o creer que lo hacemos. Decirnos para hacer ruido y no escuchar nuestros silencios.