Para Isa, mi ahijada veinteañera, que me sugirió este post
y me recomendó jocosa celebrar bailando con música de la Billo’s
Año 1975. Mes de marzo. Undécimo día.
Trein-ti-cin-co. Se dice fácil.
He visto pasar seis presidentes por el palacio de gobierno de mi país, y, dolorosamente, a uno instalarse indefinidamente en él.
He visto iniciar, terminar y reiniciar guerras remotas y absurdas, y pensar -ingenua de mí- que por distantes, nunca serían cosa mía.
He visto caer muros de roca e infamia, y levantarse otros que, aunque no de piedra, son aún más sólidos, más retrógrados, más infames.
He visto la seguridad de un país derrumbarse en dos torres de arena incendiadas por el odio.
He visto señales de humo blanco que hablan de ortodoxia y remisión eclesiástica.
He visto naciones derrumbarse como castillos de naipes y a otras unirse en frentes de cooperación o de resentimiento.
He vivido el terror apocalíptico de la llegada de un nuevo milenio. Para despertar dándome cuenta que aquel primero de enero era igual a cualquier otro.
Me he visto abrumada por la velocidad de la tecnología, que en unos pocos años le ha cambiado la cara al planeta y el ritmo a nuestro paso por él.
He cultivado afectos y amigos maravillosos. Algunos de ellos permanecen contra todo pronóstico, otros se han ido desafiando las apariencias. Los he visto llegar sin fiesta o con bombos y platillos, instalarse silentes en un rinconcito escondido o adueñarse con furia de su espacio en el cariño. Los he visto alejarse con el dolor desgarrado de la pérdida física o con la sabia prudencia de quien evita un cataclismo.
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He aprendido que la guerra es un juego de niños, donde nadie gana, todos pierden, muchos lloran y el mundo entero sufre.
He aprendido que cuando de niña proclamaba que quería ser peluquera, maestra, periodista, escritora, era porque no tenía ni idea de lo que era ser madre.
He aprendido que, pese a lo que pensaba en mi adolescencia, mis seres queridos no me pertenecen, doy gracias porque están o han estado aquí, en el cálido país de los recuerdos, del otro lado de la pantalla o a sólo un timbre de teléfono; pero ni ellos pueden vivir o dirigir mi vida, ni yo puedo interferir en las de ellos.
He aprendido que no hace falta un cataclismo para hacer pedazos un país. Con el odio, la ambición y la incompetencia de sus dirigentes, basta y sobra.
He aprendido que el mundo se proclama sediento de cambios, pero en realidad está muy poco dispuesto a asumirlos.
He aprendido que Dios no habita en una iglesia, y que no habla a través de intermediarios.
He aprendido que hogar es el lugar movible donde estén mi hija, mi Chino y mis perros. Todo lo demás son cuatro paredes.
He aprendido a confiar de mis instintos, lenguaje telúrico, silente y primitivo que pocas veces se equivoca.
He aprendido que la familia es el mayor soporte que un ser humano pueda tener, y que la mía es mi mayor bendición.
He aprendido que afortunadamente no existen las almas gemelas, ni las medias naranjas, ni los príncipes azules de los sueños adolescentes. Existen seres maravillosos con quienes compartir el viaje, hacerlo divertido, único e inolvidable.
He aprendido que quienes en realidad cuentan en mi vida no necesitan invitación o motivo de fiesta. Me quedo con ellos -aunque quizás no sean tantos en cantidad- y los quiero, respeto y aprecio más que nunca.
He aprendido que ningún afecto se encuentra sobreentendido: se construyen a fuerza de día a día, de presencia emocional y sinceridad. Ningún afecto viene garantizado por el linaje. Duélale a quien le duela.
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Mucho queda por aprender. Mucho por hacer:
Ser más tolerante con la intolerancia y siempre aceptar las diferencias de los otros.
Ejercitar más –la mente, el espíritu, el cuerpo-.
Aprender fotografía.
Estar ahí para mi hermana, en su próxima nueva vida de adulto, y celebrar todos sus triunfos.
Hacer un crucero, conocer Hawaii y Egipto y volver a Italia, esta vez de la mano de mi Chino.
Aceptar que mi hija es un ser independiente y dejarla ser (cómo cuesta!!!)
Aprender algo nuevo cada día.
Leer y escribir más.
No dejar pasar un día sin que mi Chino y S. sepan cuánto los amo.
Conservar más.
Contemplar, valorar y agradecer los milagros cotidianos.
Ser apoyo para mis padres y demostrarles cuánto los amo y cuán orgullosa me hacen.
Emprender ese tan anhelado
road trip con Luis y Yare y llevar a S. a conocer la nieve (y regresarnos rapidito, no soporto el frío!!!)
Aceptarme como soy, pero consciente que siempre puedo esforzarme por mejorar.