Saturday, September 18, 2010

"Kafka en la orilla": Nadando desde la orilla hasta lo más profundo


Kafka en la orilla llegó a mí en el momento perfecto. Publicada en el 2002 y mundialmente aclamada desde su aparición (especialmente después que fue escogida novela del año por el suplemento literario del New York Times en el 2005), por alguna razón, nunca me había decidido a leer esta novela de Haruki Murakami. Fue ella la que me escogió, al estilo borgeano, desde el estante de una librería pública, cuando ya había causado años de revuelo entre millones de lectores en todo el mundo. Se abalanzó a mis manos, de hecho. Tarde para muchos, justo a tiempo para mí. Llegó para hablarme de prejuicios y remover los míos propios, de supuestas normalidades en un mundo donde la norma es tan volátil como el viento, de centro y periferia como lugares de aceptación, de viajes internos más tortuosos que cualquier desplazamiento físico.
La novela narra dos historias paralelas, de dos personajes muy especiales. En primer lugar, somos testigos de la historia de Kafka Kamura, un muy precoz joven de 15 años que decide escapar de su casa para así evadir una tormentosa relación con su padre y una profecía que pesa sobre su vida al más puro estilo de la tragedia clásica griega. En segundo lugar, la historia de Satoru Nakata, un anciano que, después de un extraño episodio durante su niñez, pierde todas sus facultades cognitivas, pero a cambio recibe el don de comunicarse con los gatos y una inocente, natural y muy feliz manera de vivir la vida.
Estas dos historias se alternan de manera rigurosa en la estructuración de la novela, y pese a acercarse milimétricamente en algún momento, nunca llegan a cruzarse del todo.
Las historias de Kafka y Nakata están marcadas por dos conceptos recurrentes. El de metáfora y el de tragedia. La tragedia marca las vidas de ambos personajes: en el caso del joven Kafka, la tragedia es una amenaza, real o simbólica, futura o futurible, de la que existe la necesidad de escapar. Sobre los hombros de Kafka Tamura pesa el sino de Edipo, ni más ni menos. Al igual que en el caso de Edipo, la huida o el intento de evadir el destino, no hará más que precipitar el desarrollo de los hechos trágicos de matar a su padre y acostarse con su madre.
En el caso de Nakata, la tragedia es un hecho real enmarcado en el pasado, que no genera pena o lamentación, pues es lo que ha permitido ese carácter especial del anciano. Siendo un niño, él y un grupo de estudiantes, fueron víctimas de un episodio de desvanecimiento colectivo sin aparente razón alguna. Todos sus compañeros despertaron poco tiempo después. Nakata permaneció en cambio en un sueño prolongado y cuando despertó no era el niño brillante que había sido. Nakata despertó "tonto". Pero en cambio su percepción, su sensibilidad y su desapego lo convirtieron en un ser único.
El segundo concepto que revolotea constantemente sobre la novela, es heredero de Goethe, según el cual, "el mundo es una metáfora". Es una idea que se repite en incontables ocasiones y que, de alguna manera, enmarca y valida la presencia de lo insólito e inexplicable, tan recurrente en la obra de Murakami. La metáfora permite la construcción de un código ficcional donde las leyes físicas fundamentales se pueden transgredir, donde llueven peces del cielo, los gatos hablan o personajes de anuncios publicitarios cobran vida. Pero además, la metáfora enmarca el concepto mismo de la tragedia: "En realidad, nadie va matando a su padre ni acostándose con su madre. ¿No te parece? En resumen, nosotros aceptamos la ironía a través de un mecanismo que se llama metáfora. Y esto nos convierte, a nosotros, en hombres más sabios". Así, la metáfora explica, no solamente el acercamiento a un onírico surrealismo moderno, sino también la ambigüedad en relación al desarrollo de situaciones clave en la novela: ¿Es la señora Saeki realmente la madre de Kafka? , ¿Quién es el asesino del padre del joven? Nada de eso importa en un mundo marcado por la metáfora.
La novela igualmente parece pasearse por dos tiempos. Un tiempo rígido y definido, cronológico y lineal, donde los días transcurren con rigor de realidad, el tiempo en el que se mueve Kafka en su égida; y un tiempo mítico, suspendido, el tiempo de los sueños, el limbo de lo posible, el espacio de los recuerdos. El tiempo indefinido donde, libre de toda conexión o entendimiento lógico, vive perpetuamente Nakata. Para encontrarse y sobreponerse a su sino, Kafka deberá cruzar a la otra orilla, moverse hacia ese tiempo suspendido. Explorar y explorarse más allá de los límites impuestos por las nociones de los días, las horas y los minutos.
El viaje como desplazamiento es necesario para el proceso de búsqueda y resolución del conflicto, pero no del conflicto físico y real, sino del conflicto sutil e íntimo. Ambos personajes se mueven del centro a la periferia, de la gran ciudad a la provincia, pero, y sobre todo, del exterior a lo interno, al bosque de lo onírico, el subconsciente.
No cabe duda que la novela retoma muchos elementos clásicos de la tragedia y el pensamiento occidental, pero sin lugar a dudas, lo hace para reformularlos, en una narración que se mueve como el rítmico y melodioso vaivén de las olas en la orilla del mar; pero sólo para promover un acercamiento a las profundidades más insospechadas de la conciencia y del alma del personaje y de su lector.

2 comments:

De tiendas said...

Es un libro del que he oído hablar en muchas ocasiones, pero no me había planteado leerlo, por lo que cuentas a ti te ha gustado bastante. Ahora tengo dos libros sobre mi mesita de noche, cuando los termine lo mismo me lo planteo.

Besos

mc said...

Lo voy a poner en mi lista Vane, suena muy interesante. Gracias.
(acabo de empezar el tercero de Larsson. Pobrecita Lisbeth!)