Friday, December 24, 2010

Feliz Navidad (por partida doble)

Hace muchos días que no me paso por acá. Han pasado cosas desde la última vez. He pasado del mayor estrés que hubiera vivido en los seis años en mi trabajo en ventas, a la distensión inconexa del recién desempleado. Renuncié. Así, sin más. Un día no me aguanté más los maltratos y las ironías de mi jefa, cogí el teléfono y le avisé: "trabajo hasta el domingo". Y me imagino que más de uno se retorcerá ligeramente en su silla al leerlo, en este país y en este momento, cuando la cifra de desempleados no detiene su tendencia al aumento, pero la verdad es que por mí y por mi familia, tenía que hacerlo.
Los últimos cuatro días han sido una novedad para todos nosotros. En este país no existen las vacaciones de Navidad, y mucho menos en el área de ventas. Era de hecho la época en la que más trabajo tenía, y cuando menos podía disfrutar de mi familia. Este año ha sido felizmente distinto. He estado en casa, con S., dedicadas a no hacer nada. Hemos pasado horas viendo películas, arropadas hasta la nariz, comiendo frutas y queso. Hemos ido de compras juntas, escogido y envuelto regalos. Hemos hecho manualidades, jugado con los perros, tomado alguna foto. Cuatro días maravillosos, cada uno de ellos, una ratificación de que mi decisión fue la correcta.
Así ha empezado mi Navidad. Qué traerá el 2011, eso ya lo veremos. Pero el  poder disfrutar de estos días junto a mi hija, ha sido el mejor de los regalos bajo mi árbol.
A todos y cada uno de ustedes, que se toman el tiempo de pasar, visitarme y dejar -o no- sus cálidos comentarios, un millón de gracias! Que pasen unas muy felices fiestas, y que el 2011 venga cargado de paz, amor y felicidad para ustedes y sus familias!

Thursday, December 9, 2010

De cómo hice las paces con la comida (Un post por entregas)

III - Medidas extremas


A los 17 años dejé la casa de mis padres para estudiar mi carrera universitaria en otra ciudad. Al mudarme, mi vida dio un giro de 360 grados. Vivía sola, era titular de una beca universitaria que exigía un alto rendimiento académico y, sobretodo, era parte de un mundo nuevo que necesitaba explorar. Sola.
Ya no quedaba tiempo para el gimnasio. Mis habilidades como cocinera eran prácticamente nulas, y, a la hora de ingerir alimentos, eran la rapidez y la facilidad los que dictaban la pauta. No exagero: imagínense que en verano, solía viajar a Puerto Rico a visitar a una tía muy querida. Además de artículos personales, mi maleta regresaba a Venezuela cargada de todas las cajas de Mac-and-cheese instantáneos que cupieran. Eso, cereales azucarados, Coca-Cola y café constituían el grueso de mi régimen alimenticio por aquellos primeros años de vivir sola. Un verdadero desastre.
Conocí a mi Chino siendo una flaca esquelética que siempre se sentía gorda y que pasaba semanas a punta de comida envasada como si fuera sobreviviente de un desastre natural. Con él aprendí a cocinar, pero también a disfrutar de la comida. Su epicureísmo natural, entrenado en diferentes cocinas de restaurantes familiares, casi entra en shock con mi absoluta dejadez culinaria. Se propuso rescatarme y lo logró. Pero las consecuencias no se hicieron esperar, traduciéndose en el regreso de la atorrante papada y en unos cuantos cauchitos abrazados a mi cintura.
A todas estas, la voz de mi mamá como el grillito de la conciencia resoplaba en mis oídos sin parar. Nuevamente me movía entre las aguas del disfrute y la culpa. Comer era una declaración de independencia: al hacerlo ponía de manifiesto que era una “adulto” sin la agobiante supervisión materna. Pero, por otro lado, haciéndolo se ponía de manifiesto lo que para ese entonces creía la única consecuencia de una alimentación informal y desordenada: el aumento en la balanza.
Todo este panorama no mejoró nada con la mudanza a los Estados Unidos. Todo lo contrario. Al factor genético y al gusto por la comida, agréguenle una vida aún más sedentaria, responsabilidades y presiones cada vez mayores, los pésimos hábitos alimenticios que tan fácilmente se adquieren en este país, y, como guinda, un embarazo.
Así es como, desde hace más de 15 años, me he paseado con más o menos éxito por toda y cuanta dieta ha estado de moda, ha caído en mis manos o he escuchado por ahí. He pasado semanas a punta de atún y piña, de la manera como, según los rumores caraqueños, se alimentan las pobres esclavas de la belleza de la “Quinta Miss Venezuela”. He probado la tan renombrada “dieta de la sopa”, un régimen horrible diseñado para pacientes de un hospital (hoy me pregunto, ¿cómo fue que se me ocurrió que ese régimen era para mí?) a base de un desagradable cocido de repollo que me hacía sudar un olor inaguantable. Creía que aprovechaba mi vicio de fumadora, y muchas veces jugaba a engañar el apetito (no me regañen, hace más de 9 años que no fumo). Visité nutricionistas que de un día para otro me obligaban a comer solo vegetales (y dicho sea de paso, para ese momento no eran completamente de mi agrado), sugiriendo unas dietas tan costosas como imposibles de cumplir. Pasaba días enteros a punta de café y agua, para luego desbocarme a comer lo que fuera en el primer restaurante de comida rápida que se me atravesara. Asistí a las reuniones de apoyo de “Weight Watchers”. Intenté la acupuntura, las inyecciones, las píldoras diuréticas y distintos supresores del apetito. Me pasé días (¿semanas, meses?) enteros presa de fajas reductoras que producían lesiones evidentes en mi piel y no me dejaban respirar, con tal de reducir el exceso de grasa abdominal. Volví mil veces al gimnasio, a sudar con desenfreno, subida a una bicicleta o una elíptica, todas mis culpas culinarias, como si fueran los pecados confesados a un cura.
Los resultados: éxitos fugaces, seguidos de cansancio, frustración y retroceso. Pero, y sobre todo, un organismo débil, enfermizo, estreñido; un cuerpo que no lograba ajustarse a los extremos que yo misma le imponía y que por ello empezaba a pasarme factura; un sistema inmunológico quebradizo, adicto a los multivitamínicos artificiales empastillados; una autoestima desvencijada. Allí me encontraba hasta principios de este año, cuando decidí dar un cambio radical a mis hábitos alimenticios y los de mi familia.

(Continuará…)

Imagen: Fashion Central - Pakistán