Friday, January 16, 2009

El fruto del árbol

La otra noche, mientras comenzaba a rendirme al sueño, bajo una improvisada tienda de campaña hecha con sábanas, a la luz de las estrellas dentro de la habitación de mi hija de cinco años, ella me estampó un beso en la frente y me dijo “I love you, daddy”. En ese momento, una ola de emociones encontradas me invadió. Una mezcla de armonía y desasosiego.

He viajado bastante en mi vida, y aunque he visto muchas cosas increíbles nunca me hubiera imaginado que tendría una hija norteamericana. Pero ese hecho no fue lo que me causó el conflicto oximórico. Mi conflicto con que mi hija haya nacido en este país tiene un origen meramente religioso.

Mi esposa es católica y, aunque yo fui criado entre familias muy católicas convencidas de que el fruto del árbol es el pecado, desde hace muchos años soy un ateo convencido de que el fruto del árbol es la metáfora del conocimiento, y aunque duela, éste es lo que nos hace humanos. Pero no escribo estas líneas para explicar mi fe, eso puede ser material para otro post. Estas líneas surgen de la preocupación que me causa la educación religiosa de mi hija.

Desde antes de que Sarah naciera asumí que mi esposa se haría mayormente cargo de su formación religiosa, hablándole de la Virgen, de Jesús, yendo a la Iglesia de cuando en vez, y yo le daría cierta formación filosófica general (sólo por compartir responsabilidades, porque Vane sabe las mismas cosas que yo), y que al ir madurando ella misma se formaría su propio criterio respecto a los asuntos de lo espiritual y lo material. El problema es que en el tiempo que llevamos viviendo aquí hemos descubierto que la iglesia católica en los Estados Unidos tiene mecanismos mercantilistas mejor estructurados que en nuestros países latinoamericanos. Aquí, cuando vas a la Iglesia te pasan lista como en el colegio, y te contabilizan el diezmo al centavo para saber qué tan buen feligrés eres. Pese a la cantidad de comentarios cáusticos que este tipo de escenario le puede brindar a un ateo como yo, una vez más, no escribo estas líneas para hablar de mi fe, escribo esto porque me preocupa que Sarah no tenga formación dentro de alguna religión tradicional.

Para que la niña fuera bautizada, cuando vivíamos en Orlando, tuvimos que movilizar a padrinos e invitados a una remota Iglesia donde un joven cura hispano prefirió la limpieza del Pecado Original al original pecado de la limpieza de nuestros bolsillos. La posibilidad de encontrar otro curita así para la Primera Comunión es técnicamente más remota. No porque se hayan extinguido los curas con verdadera fe, sino por que como lo dice su nombre, la comunión es un acto común, social. El Bautizo es una ceremonia mucho más íntima comparada con la Comunión, así que para cualquier párroco de buenas intenciones (que ya son los menos) es más difícil escurrir entre los congregantes a una niña cuyos padres pecadores no han venido pagando su cuota de diezmo por al menos dos años.

De la misma manera que no creo que Homeschooling sea una práctica sana (ese es tema para otro post), tampoco creo que la formación religiosa netamente casera sea conveniente para nadie, porque la religión es básicamente un asunto social. Pero llegados a este punto no tenemos mayores opciones, porque Vane no está dispuesta a pagar el precio (literalmente) y el tiempo obligado que aquí cuesta una Primera Comunión, y yo, bueno yo soy ateo. Así que será tiempo el que diga qué tan lejos cae el fruto del árbol.

1 comment:

Câline said...

Jose!!
Yo entiendo lo que dices. Nosotros no hemos ido a la iglesia del pueblito todavía. De lejos, ya veo que me apuntarán el domingo que esté sentada en el parque de los perros, en vez de estarlo en un banco de la Iglesia.
En todo caso, seguro iremos alguna vez y veremos qué tipo de padre la dirige. En cuanto a la Comunión, Sarah todavía está chiquita y quién sabe, luego consiguen a un padre tan bueno como el que la bautizó. Yo no perdería la fe...